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Una vida llena de angustias


Por: María Angélica García









Cecilia Alvira de Robles me recibe en su hogar. A sus 83 años conserva una lucidez extraordinaria. Permanece sentada la mayor parte del tiempo, acompañada siempre por una bala de oxígeno. Mantiene la mirada viva y es cautelosa al momento de hablar. En su cuarto la acompañan las fotografías de sus hijos, un radio, un celular, el televisor y algunos medicamentos para la osteoporosis. Su hijo Juan Manuel y su nieta Laura Muñoz, viven con ella.



Cecilia es la mayor de 8 hijos. Nació en Chaparral, Tolima, el 17 de febrero de 1937. Sus padres, Ignacio Alvira Jácome y Cecilia Echandía de Alvira, fueron hacendados del pueblo. Cultivaban café y tenían ganado en la finca “El Limón”. Su papá era de ideología liberal, era “collarejo”. Y aunque las personas usarán prendas rojas para identificarse de ese partido entre la población, él nunca portó ese color. Tampoco lo puso en los vestidos de sus hijas, ni su esposa lo llevó. No era necesario, pues ya todos sabían e identificaban en el pueblo quién pertenecía a los "godos" y a los "collarejos" o liberales.


En su casa no se hablaba de política. Sin embargo, “mi papá iba a un café. El café central, que era el punto de encuentro de las personas como más…ricas del pueblo. Y ahí es dónde compartían no solo liberales, sino que se mezclaban con conservadores para debatir sobre la situación de la guerrilla y el comienzo de una época de violencia en Chaparral. Claro, “todo esto en completa discreción, pues el ejército estaba pendiente, los escuchaba”, cuenta Cecilia.



Por el año 48, se agudizaron los enfrentamientos entre la chusma, como le decían a la guerrilla, y el ejército. Cecilia recuerda que “las noches empezaron a ser angustiosas. Estábamos muertos de miedo. Y como nuestra casa era cerca a la alcaldía, veíamos pasar todos los heridos o muertos que traía el ejército cuando peleaba con la guerrilla en la vereda Las Hermosas”.


La violencia se fue recrudeciendo. Sus abuelos y su tía decidieron ser uno de los primeros en irse al Guamo-Tolima, (actualmente a una distancia de 1 hora y 30 minutos en automóvil desde Chaparral), a causa de las amenazas que su tía había recibido, y la quema total del cultivo de café que tenían sus abuelos.


Posteriormente empezaron los toques de queda, casi todos los días a diferentes horas. El periódico no volvió a llegar al pueblo. Para comprar una libra de sal tenían que hacer horas de fila para que el ejército se los vendiera. La angustia creció cuando tras robarse las reses de su padre quemaron la finca.


Pero entre todos los recuerdos hay uno que todavía le produce angustia; narrarlo implica un viaje a sus 10 años. “golpeaban la puerta muy fuerte. Se levantó mi papá y mi mamá fue detrás. Y cuándo él se asomó por una de las ventanas de la puerta hizo una cara de terror y dijo — ¡qué es esto! —. Pero no podía abrir porque estábamos en toque de queda y el ejército lo podía matar. A eso de las 6 o 7 de la mañana, mis padres salieron. Y había una mula de carga, y un caballo con costales que escurrían sangre. Mi papá se acercó y vio que a su mayordomo lo habían matado. Lo picó la guerrilla. Era tenaz. La vida de nosotros fue muy angustiante”.


En medio de los enfrentamientos, los primeros en irse de Chaparral fueron la gente rica, aquellos que en otro municipio tendrían cómo empezar de nuevo. Las familias Vidales, Londoño, Madrid, Echandía, son las que Cecilia vio marcharse en medio de la incertidumbre que producía la Violencia, y el miedo de que los godos se fueran a tomar el pueblo.


Pero eso nunca pasó. Porque los que desde el año 1952 empezaron a apoderarse del lugar fueron los hombres del ejército. “Cerraron las dos escuelas públicas y lo convirtieron en comando. Chaparral ya estaba completamente militarizado”, relata Cecilia.




El Ejército no trajo seguridad a los ya aterrorizados habitantes del pueblo; por el contrario, fueron fuente de violencia y despojo. De eso fue testigo la familia Jácome Echandía, víctimas de amenazas de un comandante Cuellar Velandia, según lo recuerda Cecilia, quien les ordenó desalojar la casa porque supuestamente corrían peligro. “Mi mamá cogía lo que había en los closets y las envolvía en sabanas. A mis hermanos y a mí no nos dejaron sacar nada, solo la ropa. Llorábamos porque no podíamos llevarnos los juguetes. Y nos fuimos en un carro pequeño. Imagínate todos en ese carro junto con lo que alcanzamos a llevar. Y nos fuimos al Guamo, dónde estaba mi abuelo que también había escapado. Eso fue el ejército no la guerrilla”. Con el tiempo descubrieron que el ejército buscaba tomar posesión del predio para convertirlo en un centro de comando y vigilancia en el pueblo.


Cuando llegaron al Guamo, municipio del suroriente del departamento del Tolima, los recibieron muy bien, a pesar de ser un territorio de conservadores. Nunca tuvieron señalamientos o conflictos por ser del otro bando: de los liberales. El padre de Cecilia continúo en la agricultura y la ganadería. Enviaba 20 mulas cargadas de café para Girardot. Su madre seguía pendiente de las labores del hogar y el cuidado de los hijos. Y Cecilia, junto con sus hermanas, estuvieron con su familia en una casa cerca al pueblo hasta que su padre las envió al colegio María Auxiliadora en Bogotá y “ahí la vida cambió por completo”.


Cecilia nunca volvió a Chaparral. Y cuando pudo votar a sus 21 años, lo hizo por un candidato del partido rojo. “Aunque ya eso no es como antes, ya los partidos liberales y conservadores se han ido acabando y ya no importa si uno tiene que votar por un godo”, manifiesta con resignación.


Después de que la Violencia se detuvo por la consolidación del Frente Nacional, la madre de Cecilia pudo recuperar la casa. El ejército se la entregó deteriorada. La familia, entonces, decidió venderla. Nunca identificaron quién había quemado los cultivos de café de su abuelo y su papá. Era mejor dejar así, no meterse en problemas. Fue más fácil para ellos irse, olvidar, estudiar, casarse, tener hijos y vivir una vida lejos de uno de los capítulos más dolorosos de la historia del Tolima.





Por: María Angélica García.

Dibujo por: Vanessa Martínez.






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