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La imagen de la tierra se extravía con la de la familia


Por: Carlos Mayorga









Una mañana de 1954, cuya fecha exacta Adonai no recuerda, transcurría rutinariamente para el matrimonio de Ernesto Asencio Mendez y Elvira Lozano, y sus ocho hijos. La familia de Adonai se alistaba para iniciar la jornada laboral, en la Mesa Ortega, Tolima.


Los hijos mayores, como era costumbre, salieron a trabajar con Ernesto a las tierras de Alto de La Estrella para cultivar en la finca familiar. Adonai era el hijo menor y junto a sus otros hermanos se quedó en la casa del solar con su mamá, aquel, el último día de vida de Elvira Lozano; lo recuerda hoy, 65 años después, sentado en una silla de cuerina roja, en su casa ubicada en el barrio Timiza, en la localidad de Kennedy de Bogotá.


***


Llegué a esa casa el último sábado del mes de mayo de 2019. Fue un día de pocas nubes y mucho viento en Bogotá. Nelson Enrique, el único hijo de Adonai, me llevaba por las calles de Timiza, junto a Lina Ascencio de 19 años, la menor de sus hijos. Nelson tiene 44 años, es ingeniero electrónico y trabaja haciendo mantenimiento de equipos. Mientras caminábamos, hablaba de que somos muchos en esta ciudad, y cómo las urbanizaciones de pisos altos estaban empezando a hacer presencia en esta zona de la capital.



Llegamos a una casa de fachada de ladrillo, rejas en forma de diamante y puertas blancas de metal. Nos abrió Adonai. De su padre, Nelson tiene el color de los ojos: negros. También la nariz pequeña y la boca fina. Adonai abraza y besa a su hijo, me saluda y camina hacia adentro de la casa, haciendo señas de que siguiéramos.


La casa huele a acelga. Entramos por el parqueadero. Hay unos cultivos y una considerable presencia de plantas colgantes, saberes heredados de una vida agraria. Desnudas, algunas paredes saludan con sus regulares cuerpos de ladrillo. Otras, coloreadas de verde menta. Ocupando el espacio está el carro de Adonai, un Chevrolet vinotinto.


La sala y el comedor son dos cuartos separados. Los muebles y las decoraciones hablan del ayer. En la cocina suena el inconfundible sonido de una olla express y tras este aparece la esposa de Adonai, María del Tránsito Rodríguez. A sus 65 años, viste con una camisa blanca con flores vinotinto. Toma a su hijo en sus brazos, lo rodea. Un abrazo largo con las frentes puestas una contra la otra.


“Realmente fue ya cuando yo estaba mayor que ellos comenzaron a contarme lo que habían vivido… y no tanto a contarme sino de pronto a contarle a terceros que llegaban a preguntarles cosas y ellos iban comenzando a contar su historia. Como estaba ahí, yo me iba enterando de lo que pasaba”, me confesó Nelson sobre los hechos de la Violencia que padecieron sus padres.


Hay un desconocimiento en la familia de Nelson sobre esa historia. Cuando se pone a pensar sobre la vida de sus papás hay vacíos. De eso nunca se habló de forma concreta. Después de todo ya ha pasado más de cincuenta años.


“Y ahí ¿cómo le comienzo a comentar?” me pregunta Adonai refiriéndose a cómo íbamos a hacer para que él pudiera contarme la historia de despojo de su familia.



A mediados del siglo XX en Colombia, el ambiente bipartidista era asfixiante. Con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán los partidistas liberales emprenden revueltas, principalmente en los Llanos Orientales y la zona Andina, situación que provocó la respuesta armada de los conservadores.


Como lo expresa la antropóloga e historiadora María Victoria Uribe, en su obra Matar, rematar y contramatar. Las masacres de La Violencia en Tolima 1948-1964, el departamento del Tolima fue uno de los más azotados por la llamada época de La Violencia. Pero cuando se reconoce al Tolima como uno de los territorios más afectados, se hace énfasis en las particularidades del desarrollo del campo colombiano para la época. David Bushnell, en Colombia una nación a pesar de sí misma, explica estas dinámicas de violencia y de confrontaciones entre campesinos de los dos partidos políticos, por las precarias condiciones sociales y económicas del campo, haciendo manipulable la disputa por medio de odios heredados o infundados.


Adonai no sabe cómo se conocieron sus papás. Hubo un tiempo en el que la familia Asencio Lozano vivía junta en su finca en Altos de la Estrella en el Tolima, sin embargo, la memoria de la familia Asencio Lozano se fracturó junto a la unidad de sus miembros. Como muchas familias en la mitad del siglo pasado, se vieron afectados por el ambiente hostil entre conservadores y liberales. Ernesto Asensio, el padre de Adonai, se consideraba liberal y por tanto su esposa y sus hijos estaban condicionados por la bandera roja.


Colindantes a los Asencio, por el territorio, se extendían banderas rojas y azules bajo la guardia de otras familias. Por eso mucha gente empezó a armarse. Adonai relata que: “Por si llegaba alguien a matarnos teníamos esas armas para defendernos. Pero siempre salimos corriendo, porque nos tocó irnos de la finca. Comenzaron a perseguirnos, a sacarnos. Por lo menos la mayoría de personas que colindábamos con los conservadores nos tocó salirnos porque empezaron a quemar las casas y meterse a matarnos, sí, a… a sacarnos corriendo. Entonces fue por eso que fuimos a dar a la Mesa de Ortega”.



No tiene claro cómo su padre compró la casa con solar en La Mesa Ortega, Tolima. Adonai cree que Ernesto disponía de algunos ahorros. Así, junto a sus papás y sus siete hermanos — Bernarda, Delmira, Ernesto, Abraham, David, Olinda y Elvira — Adonai viviría en la casa del solar, y todos los días se desplazarían hasta Altos de la estrella para trabajar la tierra de la finca. “Siempre mi papá y mis hermanos iban a traer las cosas de allá, sino que no se podía vivir en la finca porque los amenazaron con que los mataban”.


Bajo las condiciones relatadas, en 1954, Ernesto Asencio y los hijos mayores trabajaban en la finca. Adonai, por ser el hijo menor, se quedaba con su madre en la casa del solar, en la que se trabajaba con los que la finca daba: papa, café o lo que hubiese dado cosecha. De esos años, Adonai tiene muy vagos recuerdos porque tenía entre 5 o 6 años.


Le pregunto por su mamá. Recoge la boca y tensa el cuello para los lados: “De mi mamá, nada. Lo único que me acuerdo fue el día que la mataron, que me llevaron a mí… a mirarla. Es lo único que yo me acuerdo de ella. Yo no recuerdo que ella me haya alzado, me haya dado un pico, un abrazo. Nada.”


Ese día, su papá, Ernesto Asencio, recogía los frutos de la finca (café, plátano o yuca) con ayuda de sus hijos Abraham, Ernesto, David, Bernarda y Delmira. Adonai calcula que desde la casa en La Mesa Ortega hasta la finca se tardaba de dos a tres horas a pie. Como el trayecto era largo, la familia Asencio Lozano había entrenado al ‘macho’, el caballo de la familia, para que llegara solo a la casa del solar, con la recolecta de la jornada. Pero aquel día, el caballo llegó sin la carga de café que Elvira esperaba.


“Ese fue el motivo de la muerte de mi mamá, porque mi mamá en el mismo caballo se fue que a buscar el café, y subió por la misma cordillera de la finca. Pero más arriba, la finca era… es en el Alto de la Estrella, y ella fue a Los Naranjos, me parece. Fue a una finca grandísima de la que bajaban diez o veinte mulas llenas de café para Ortega. Entonces ella, pues, se imaginó que de pronto habían sido ellos los que le habían quitado el café al macho. Ella se fue en la madrugada. Ya bajaba como a las 9 o 10 de la mañana, estaba puesto un retén, los… los… pues no sé cuáles serían, si serían los liberales o los conservadores en el camino, entonces al que iba pasando lo mataban. Y cayó ella con uno de mis hermanos, pero él no murió. Él se hizo el muerto ahí hasta que se acabó el tiroteo”.



Quien sobrevivió fue Ernesto, el hermano mayor de Adonai. Cuando pudo tomó camino para avisarle al resto de la familia lo que había ocurrido. “Ese día que la mataron nos subió la policía o el ejército a mirar si había heridos para recogerlos”, recuerda Adonai.


Aunque los hechos ocurrieron en horas de la mañana, las autoridades solo llegaron hasta la noche, como era común en la época. A Adonai lo llevaron a ver el cuerpo de su madre. Elvira Lozano tenía un disparo fulminante en la sien. “Mi mamá, pues, estaba ahí. Ya sabíamos porque el hermano herido ya había llegado a la casa. Ahí murieron como 15 o 20 personas, eso fue una cantidad”. Adonai recuerda el potrero en donde enterraron a su mamá, y la cruz grande que le pusieron en la tumba; grande para la estatura infantil que entonces tenía.


A partir de ese hecho, la familia empezó a separarse. Algunas de las hermanas de Adonai se fueron a trabajar en los pueblos, y algunos de los hermanos se desplazaron a otros departamentos para seguir trabajando en el campo. Bernarda, David y Adonai siguieron viviendo con su papá en la casa del solar. Meses después, Ernesto vuelve a trabajar en la finca que había sido aprovechada, como dice Adonai, por gente “mala clase” que se robaba las cosas. Pero Adonai nunca más volvió a esa, la finca de su familia. Se alejó siendo muy joven de su padre.


Hoy no tiene contacto con muchos de sus hermanos. Hace algunos años se enteró que Bernarda, su hermana mayor, estaba viviendo en aquella finca con su hijo Roque. Eso es lo que sabía Adonai hasta hace cinco años. Hoy no está informado de si realmente alguien está en la finca y, según dice, no se ha interesado por averiguarlo, pues teme revolcar aquel pasado. Le preocupa que después de tantos años aparezca algo que nuevamente ponga en juego la tranquilidad y seguridad de la que hoy gozan, allí, sentado, junto a su familia, en la sala de su casa en la capital.





Por: Carlos Mayorga.

Dibujo por: Vanessa Martínez.






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