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Siempre escapar


Por: Valeria Arias









“A las once de la noche llegó un liberal a decirnos que nos teníamos que ir. Que nos iban a matar”, cuenta con voz nostálgica Tomasa Pacheco. Tiene 86 años y actualmente vive en Manizales, Caldas, ciudad a la que llegó huyendo de los años más difíciles de la Violencia.



Nació en San Andrés, una vereda del Tolima, de donde tuvo que escapar a los 27 años junto a su esposo y un hijo de 7 meses. En la finca familiar vivían 12 personas, entre ellos, los papás de Tomasa: Nepomuceno Pacheco y Valentina Pacheco. Trabajaban la tierra, ordeñaban vacas, molían caña, sacaban panela e iban a misa a encomendarse a María todos los viernes por la noche.


Desde el año 1948, cuando se recrudeció la violencia en Colombia, Nepomuceno empezó a recibir amenazas por parte de la guerrilla liberal, pues él se había identificado ideológicamente con el partido político conservador. "Nos decían que nos teníamos que ir, que nos iban a matar, que nos iban a echar candela dentro de las casas", asegura Tomasa.


Las constantes intimidaciones e intentos de asesinato al padre conservador forzaron a la familia a poner en venta la finca, que hoy estaría valorada en unos 50 millones de pesos, según cálculos de Tomasa. Pero el afán de venderla y salir corriendo a causa de tanta violencia, los obligó a cerrar un negocio con una suma irrisoria, narra con indignación.


Así como ellos, muchos otros en la región, cuenta Tomasa, tuvieron que huir de sus fincas a causa de la coacción de las guerrillas, con unos pocos pesos en sus bolsillos: otros vendían las parcelas a precios muy bajos; lo único que querían era salvar la vida.



La memoria de Tomasa salta al año 1951. Tomasa recuerda que una noche algún vecino le avisó que unos liberales se habían tomado las veredas aledañas a San Andrés. No tuvo más opción que huir con su hijo en brazos; la siguieron sus padres, su esposo y los suegros. Corrieron mucho, y cuando las fuerzas se agotaron decidieron esconderse bajo las ramas de un cafetal.


En la madrugada, cuando se sintieron seguros, emprendieron el camino. “Mis papás y mis suegros cogieron para un lado, mis hermanos para otro. Todos nos dispersamos asustados”, relata con contundencia.


Llegaron a la vereda El Pescado. De los días que vivió allí recuerda que los comandantes del ejército les enseñaban a los civiles a empuñar y disparar un arma, para protegerse de las guerrillas liberales, que cada vez más recrudecían el panorama con sanguinarias tomas en municipios y veredas de la zona. Pero la vida en esta vereda tampoco fue larga, porque de ahí también debieron huir por su condición conservadora.


El nuevo destino fue el poblado de La Arada, en el departamento del Tolima. Allí pensaron que habían encontrado la paz. Pero en 1963 debieron salir de allí, nuevamente eran perseguidos por ser conservadores. Cansados de los años de violencia en el Tolima, decidieron llegar a Manizales, una ciudad que parecía más tranquila para criar a los ocho hijos que ya los acompañaban.



Pero a los aproximadamente ocho meses de habitar en la capital de Caldas, Luis Felipe, el esposo de Tomasa, murió en un accidente que tuvo un bus de la empresa de transportes Arauca en el que él viajaba.


Tomasa, que entonces, estaba en embarazo, no se dejó vencer. Si había logrado sobrevivir a la Violencia, lo haría ahora por sus hijos. Vendió gelatinas en las calles; fue lavandera de ropa, cuando aquello era un oficio. También cuido del padre Bottacin Vanzetto, misionero de La Consolata que trabajaba para beneficiar a la comunidad del barrio Fátima de Manizales. Finalmente encontró un trabajo en la Licorera de Caldas, en el que permaneció por 20 años, hasta su pensión hace 34 años. “Yo vivo pobremente pero con todo el corazón, contenta y feliz”, afirma la mujer después de recordar lo que tuvo que perecer para ganarle la batalla a la Violencia y la muerte.


A la pregunta de si volvió a su Tolima natal responde con nostalgia: “No voy muy seguido. He vuelto de visita, pero me duele volver, porque me acuerdo de ese miedo, esa angustia que nos hizo salir corriendo. Yo considero que el Gobierno a uno debería reconocerle algo de todo lo que uno perdió, como una ayudita, pero a mí jamás me han reconocido nada”. Su voz representa la de tantos campesinos que en Colombia se vieron obligados una y otra vez a dejar sus tierras, por la persecución de la que eran víctimas por cuenta de sus ideologías políticas.


Tomasa cuenta con orgullo que la han visitado varios medios de comunicación, todos en busca de su historia en la Licorera de Caldas o de su importante papel por haber ayudado al padre Bottacin. Le han hecho entrevistas y hasta le han dado menciones, por su papel en la ciudad de Manizales.


Sin embargo, nunca habían ahondado en su historia pasada, la tragedia detrás de sus brillosos ojos cafés, la que la ha hecho migrar y migrar, hasta arribar en aquella ciudad del eje cafetero, la que le causa dolor hasta hoy pero que le da fuerza para hablar con una voz que emana orgullo y persistencia. Es inevitable pensar una gran cantidad de virtudes depués de escuchar la vorágine que Tomasa Pacheco narra con sus delgados y pálidos labios: pero sin duda una de ellas me ha quedado retumbando en mi mente después de todo... resiliencia.





Por: Valeria Arias.

Dibujo por: Vanessa Martínez.






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