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Otra forma de despojo


Por: Natalia Lancheros Rodríguez









Piedras, un municipio del Tolima, era habitado por 2100 habitantes. Su gente se declaraba liberal, trabajadora, y sentía que vivía en un pueblo de riqueza inmensa. Así lo recuerda uno de sus más viejos conocedores: Gentil Troncoso Trujillo. Un hombre viudo, ganadero, que al momento de este relato contaba con 74 años de vida en los que tuvo que enfrentar, desde niño, la crueldad de la violencia en Colombia. Uno de los momentos más impactantes de su existencia fue la muerte de su padre, de quien heredó el nombre.



Gentil -padre- era el hombre rico del pueblo. Cumplía por voluntad propia algunas funciones sociales que le correspondían al Estado, como la asistencia en salud. Si una persona de escasos recursos se enfermaba, tuviera o no vínculo con él, cubría todos los gastos que requería el tratamiento, incluyendo traslados a centros médicos y acompañamiento. Además, financiaba las cosechas y los cultivos de los campesinos, dotándolos de herramientas de trabajo y víveres, que después eran cancelados con lo que dieran las cosechas sin cobrar intereses.


Durante la época de la Violencia se creó una facción armada conocida como los Chulavitas, para contrarrestar a los militantes del Partido Liberal, contrarios al gobierno conservador de Laureano Gómez. Fue entonces cuando la violencia se concentró en los Llanos Orientales y en el Tolima.


Un día del año 1951 llegaron a Piedras un par de volquetas cargadas con Chulavitas, algo que no era común en el pueblo porque “era muy sano”, según relata Gentil. De ese día también recuerda que su padre se recuperaba de una fiebre tifoidea.


Ese día en la casa de los Troncosos se presentó un grupo de policías para solicitarle a Gentil que se acercara a hablar con el alcalde, de quien su hijo hoy solo recuerda el apellido: Romero. Ana María Trujillo, la señora de la casa, se negó rotundamente a que lo hiciera. Sin embargo, pasadas dos horas y por insinuaciones de un amigo llamado Juancho Cubides, Gentil decidió salir.



Él tenía una fonda, aproximadamente a tres metros de distancia de su casa, y alguien le dijo que el alcalde estaba allí. “Entonces mi padre convaleciente se fue hasta allá. Y el hijueputa de Romero le echó los ojos a mi padre, y creo que esa fue la señal para que la policía le disparara”, relata con dolor Gentil.


Los disparos se escucharon en la casa de la víctima, y Ana María no dudó, tras el estruendo, en correr hacia la fonda. En hombros lo llevaron a la casa. Otros fueron en la búsqueda de médicos. Gentil recuerda que su padre estuvo casi 24 horas esperando a que el personal de salud llegara. Ningún médico arribó. La muerte en cambio sí.


Según Gentil, los Chulavitas fueron enviados por el gobierno, encabezado por un godo para asesinar a su padre, con el fin de generar la violencia en el pueblo y sublevar a su gente. Sin embargo, Ana María prohibió que los habitantes respondieran al suceso. Tiempo después comenzaron a asediar a la familia y a amenazar al pueblo.


Como medida preventiva a nuevos asesinatos la gente se armó, y la viuda empezó a sostener una guerrilla liberal de 60 personas, encabezada por Agustín Bonilla, alias el Diablo. Les proveía alimentos, dotaciones y mantenimiento de armas. A cambio les pedía prevenir que otros grupos armados intimidaran a su familia. Pero la guerrilla creció y la viuda no pudo financiarla más.


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Al promediar la segunda mitad del siglo XX, llega a los países subdesarrollados como Colombia la tecnología agrícola, conocida oficialmente como la Revolución verde o la Ola verde. Se trataba básicamente de un modelo de cultivo rentable que buscaba contrarrestar la escasez de alimentos mundial mediante la utilización de agroquímicos y maquinaria.



El gobernador del Tolima de la época -de apellido Velandia- llega a proponerle a la señora Ana Paulina unirse al movimiento, pues no solo mantenía a sus hijos sino que seguía siendo una familia importante de Piedras de la que otras familias dependían.


Integrada al programa vendió algunas reses para comprar maquinaria y empezó a sembrar ajonjolí en las fincas de tierras vírgenes.


En un principio se daban buenas cosechas, así que también cultivó algodón. Pero cuando tuvo más propiedades comprometidas empezó a perder dinero porque los químicos mataban los cultivos.



Al verse en apuros por la falta de insumos, consiguió un importante préstamo en el Banco Ganadero -entidad con participación del gobierno-. No pudo cumplir con los pagos y, en consecuencia, perdió sus fincas.


Gentil en 1958, con 13 años de edad, se va para Ibagué a un aparta estudio a cursar cuarto de primaria, mientras su mamá Ana Paulina se repone de las pérdidas. Sin embargo él viajaba constantemente a Piedras por lo menos cada ocho días, y así lo hizo año tras año hasta tener la madurez suficiente para comprender la muerte de su padre y el declive económico de la familia mientras el país vivía una de sus más cruentas épocas de violencia.


Gentil señala que esto le partió la vida en millones pedazos, y que a su avanzada edad no ha podido pegarlos. Se siente orgullo de que pudo darle una muerte digna a su mamá a los 98 años, de que tuvo una esposa a la que amó y tres hijos.


Según la RAE (Real Academia de la Lengua Española), la palabra despojar significa “privar a alguien de lo que goza y tiene”, por esta razón Gentil se considera víctima de despojo de tierras. Su padre en vida dejó unas hijuelas en la notaría primera de Ibagué (la única por esa época) en las que declaró que nadie, ni el Estado podría adueñarse de las fincas, pues eran propiedad de tres de ocho hijos que tenía. La falta de apoyo a la familia por entidades del gobierno ocasionó que se entorpeciera el progreso de volver a levantarlas. Actualmente las tierras se encuentran en estado de abandono. Como millones de colombianos, Gentil busca justicia por medio de la ley y piensa demandar para recuperar lo perdido.





Por: Natalia Lancheros Rodríguez.

Dibujo por: Vanessa Martínez.






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