flecha








Huir, siempre huir


Por: Juan Cáceres









Ana Victoria Amaya tiene 96 años, la mirada aguda y la sonrisa grande. Es delgada, de cabello corto y blanco. A pesar de la edad se ufana de su buena memoria. Desde la cama ortopédica en la que pasa los días, cuenta a sus hijos y nietos historias de los años cuarenta como si los hubiera vivido el día anterior.



Ana trabajaba para el almacén LEY que quedaba en la Plaza de Bolívar de Bogotá, justo donde hoy queda un almacén Éxito. Recuerda que era aproximadamente la una de la tarde del 9 de abril de 1948 cuando vio a una gran cantidad de personas que corrían y gritaban: “¡mataron a Gaitán!”, “¡mataron a Gaitán!”.


En un santiamén los vigilantes cerraron las puertas del lugar. Ana escuchaba pasar a la muchedumbre rompiendo vidrios. Algunos iban armados con piedras y otros con machetes. “Era terrible el caos. Se empezaron a oír tiros, y quienes estaban más cerca de una pequeña ventana que tenía el almacén decían impresionados que había personas cayendo muertas. A medida que avanzaba la tarde la confusión aumentaba”, recuerda.



Ana se queda en silencio, busca en su memoria otros hechos de ese inolvidable día. De repente dice que el señor Luis Eduardo Yepes, dueño del almacén, estaba en el momento en que esto sucedía. Entonces hizo algunas llamadas para conseguir carros que pudieran sacar a los empleados y a algunos clientes que se encontraban en el lugar. “Todos con miedo e incertidumbre llorábamos y nos preguntaban qué era lo que estaba sucediendo”.


“La angustia ese día era terrible porque no se sabía nada de las familias. Además, todos los hechos eran confusos. Ese día milagrosamente se pudo salir de allí por orden del señor Luis, que en horas de la tarde, tras el inicio de los disturbios y la dispersión de los mismos hacia otros sectores de la ciudad, logró que todos saliéramos del lugar. Por el camino se veían muertos tirados, almacenes saqueados, joyerías prácticamente desmanteladas y algunos edificios incendiándose. Todo era muy desolador”, relata Ana.


A las seis de la tarde logró llegar a Chía y reencontrarse con su esposo y sus hijos, quienes estaban muy preocupados por las noticias que escuchaban en la radio.


De los días que siguieron a ese 9 de abril Ana recuerda que no había trabajo, y el comercio estaba detenido. A pesar de que los disturbios habían terminado, los problemas en la ciudad eran constantes porque la violencia entre liberales y conservadores crecía en la capital.



Frente a ese panorama la familia resolvió irse para una finca enclavada entre las poblaciones de Mongua y Labranzagrande en el departamento de Boyacá; la primera con una población mayoritariamente conservadora, y la segunda en el pie de monte llanero, de población liberal.


Al sitio se llegaba a lomo de mula, pasando por una parte del páramo de San Ignacio. Un camino largo y tortuoso que desde Bogotá se podía tardar más de 6 horas. Ese recorrido lo hicieron Ana y José, y sus tres hijos: Dora, Mercedes e Isabela. Lo único que buscaban era que no los alcanzara la violencia que habían vivido en Bogotá desde ese 9 de abril.


Tras la llegada a Sirguaza, vereda de Mongua, la familia empezó a trabajar con ganado y unas minas de sal que tenía la tierra que logran negociar y comprar con sus ahorros.


Para ese entonces ellos sabían que era muy peligroso mencionar que Ana era de familia liberal y que José procedía de una familia conservadora. Una pareja atípica en un contexto en el que los dos partidos se habían declarado una guerra frontal.


Pero luego de unos meses de tranquilidad, la violencia también llegó hasta ese lugar. Ana recuerda que “por cosas de Dios la finca se convirtió en un sitio neutral, porque José construyó una iglesia, y se la donó al párroco del municipio. Pero allá llegaban noticias de las masacres que acontecían en todo el país y todo por el hecho de ser liberales o conservadores”.



Desde su finca la familia vio nacer al Frente Nacional, una estrategia de alternancia del poder entre liberales y conservadores cuyo objetivo era cesar la ola de violencia que recorría el país. Sin embargo, dejó por fuera al partido comunista lo que, recuerda Ana, fue el origen de los grupos subversivos como el Eln y las Farc.


Ana cuenta que los dos grupos guerrilleros comenzaron a disputarse los territorios, incluyendo el lugar en que quedaba la finca, y, además, empezaron a reclutar jóvenes del municipio para engrosar sus nacientes batallones.


Con tono de tristeza recuerda que esos hombres empezaron a extorsionarlos. Entonces, para que dejaran tranquila la finca, les exigían contribuir con botas y comida. “También, algunas veces pedían que les facilitáramos caballos o mulas para que se transportaran; animales que luego no devolvían, porque, según ellos, las podrían necesitar en otro momento. En esta misma época llegó la ambición del dinero fácil con las siembras de marihuana o amapola, por lo tanto, el ingreso de negociantes de la droga fue constante”, recuerda Ana.


La situación se hizo insostenible, y en 1994 la familia nuevamente huyó a una ciudad pequeña de Boyacá llamada Duitama, en la que Ana solo espera paz, porque ya la vida le dio demasiadas dosis de violencia.





Por: Juan Cáceres.

Dibujo por: Vanessa Martínez.






© Todos los derechos reservados