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Escapar hacia el páramo con los pies descalzos


Por: Felipe Morales R.









Dioselina Alarcón fue desterrada de Rechíniga, Boyacá, a sus 14 años debido a la violencia bipartidista de la época.


Nació en 1935 en la región del Cocuy, exactamente en el municipio de Chiscas, Boyacá. Lo que más recuerda de su niñez es su vida en el campo hilando lana y sembrando papa, habas y cebolla, porque no había más; también rememora, cuando caía lluvia, o mota, como llama a las heladas, y debía meter a las ovejas a la casa para que no murieran emparamadas.


Boyacá se caracterizó en la época de la Violencia por ser mayoritariamente conservadora, sobre todo, en municipios como Chiquinquirá, Briceño y Saboyá; incluso, en estos municipios se originaron los primeros grupos armados conservadores. Mientras tanto, en zonas como el Cocuy, Chiscas y Chita, se dio la aparición de bandos de campesinos que tomaron las armas en defensa del liberalismo.


En 1949, cuando Dioselina tenía 14 años, vivía de la aparcería junto a su familia. Los dejaban sembrar en un terreno ajeno, y luego se repartían la cosecha con el propietario de la finca. La vida parecía suave.



Pero la cotidianidad de la mujer se fracturó cuando su casa fue incendiada por los conservadores. No fue la única vivienda, ese día los conservadores quemaron todas las casas que pudieron de la vereda de Rechíniga. Incluso al dueño de la tierra en el que la familia de Dioselina trabajaba, que era también conservador, le quemaron sus propiedades.


“Llegaron los tombos asquerosos, y gritaron ‘se largan o se mueren’. Mataban al hombre si lo pescaban, a las mujeres embarazadas les rajaban el estómago y les sacaban los niños”, recuerda con un poco de amargura, pero sin rencor, Dioselina.


La población de cuatro veredas huyó. La familia de Dioselina debió refugiarse en la cueva de una peña, y posteriormente movilizarse a La Salina, en el municipio de Chita, Boyacá. Por más de 120 kilómetros caminaron con los pies descalzos, durmiendo bajo frailejones o junto a las piedras.



Llegaron a La Salina donde un familiar que “de milagro no habían matado”, resalta la mujer, pero cuyo hijo había sido asesinado por tener una bufanda roja: “Nunca abrió su manita por más que lo machetiaron, porque era muy liberal...”.



Recuerda que una mañana fueron atacados por un avión que quería bombardearlos. Un amigo de la familia, Leonidas, les dijo que subieran a la peña y con un arma disparó al motor para que se cayera. Aún así, la bomba cumplió su cometido y acabó con una casa llena de comida.


Dioselina transitó por muchos caminos en los páramos, a los que ella llama desiertos, alimentándose de blanquecino, frailejón y frutos de la montaña. En una ocasión, llegó hasta Cerrito - Santander. Allí, hubo terribles tiroteos. La mayoría de los habitantes del Cocuy, narra Dioselina, se fueron a un campo cercano llamado El Ciote, a una casa quinta con cinco casas alrededor y donde vivía una gran cantidad de gente.


Un día se supo de una tentativa de ataque hacia El Ciote: “Mandaron al muchachito de doña Anita: ¡vaya dele la razón!. Lo vieron ir y le dieron plomo a ese niño, bombas cuanto pudieron y no le hicieron nada”, recuerda enérgicamente. Aquel niño avisó sobre las tropas, y ese día “hubo matazón como el que mata moscos por parte de liberales a los policías, soldados y civiles”



Aunque para los campesinos las creencias católicas siempre habían sido un pilar fundamental de su espiritualidad, la alianza que evidenciaron entre la Iglesia y los grupos conservadores hizo que perdieran la credibilidad de muchos liberales, Dioselina fue una de ellas.


Un día en la vereda de Rechíniga, durante un combate armado, hubo 150 muertos entre policía, ejercito, civiles, y por desgracia para la reputación liberal, un sacerdote. Cinco años después la muerte del representante de la iglesia traería un problema para Dioselina, esta vez en Cómbita, Boyacá.


La escena la relata Dioselina con una gran sonrisa en el rostro:


“Una tarde, llevando de comer a un marrano, vi una cabeza de gato sobre una piedra. ¿Gatos por aquí? si por aquí no hay gatos, en ese desierto que no había nadie, ¡qué gato!. Cuando yo venía de pacá’, me apareció un sacerdote vestido como cuando va a dar la misa y llevaba un cáliz en la mano. Se me acercó cerquita y juemadre, yo salí corriendo, yo gritaba y gritaban detrás mío, maldecía y maldecían detrás mío, todo lo que yo hablaba, lo hablaban”.


Su madre la mandó a confesarse, y ella, con un miedo bárbaro a los curas, tuvo que ir sin compañía. Al llegar se acercó temerosa:


-Padrecito, es que se me apareció un sacerdote en el campo y llevaba un cáliz.


-El que mató su chusma, mi hermano el que mató su chusma


El sacerdote preguntó insistentemente por el padre y los hermanos de Dioselina. Ella los negó, sólo aceptó la existencia de su hermana. El sacerdote la excomulgó y le quitó el derecho a ir a la iglesia católica por ser liberal.


“Bueno si no tengo derecho...a mí no me gustó nunca ser rezandera, entonces me fui. Pero cuando iba saliendo me llamó y me devolví. El cura me puso como penitencia ir por seis meses a la iglesia cada domingo y rezar cinco rosarios para poder salvar el alma de su hermano asesinado. Acepté. Pero pura mierda, yo que iba a rezar, yo nunca he sido rezandera, yo no quiero nada”, concluyó con picardía.


“Cuando nos devolvimos a Cerrito fue divertido” afirma Dioselina, quien se encontraba con la esposa de Gabino Moro, quien era entonces jefe liberal en la zona del Cocuy, y sus cinco hijos. Recuerda que llegó la policía y los amarraron a todos a una columna. Los agentes llevaban gasolina para prenderles fuego. En ese momento, se tomó el poder Gustavo Rojas Pinilla.


“¡Ay bendición de Dios!. Entonces quedamos amarrados a la columna y un policía se devolvió, nos dejó los dos galones de gasolina, soltó la cabuya y todos se fueron”, concluye entre risas la veterana.


Según Dioselina, tras la subida de Rojas Pinilla al poder, los liberales que estaban encerrados en la cárcel del pueblo fueron asesinados y los conservadores huyeron. Los campesinos volvieron a respirar paz y libertad. Hubo trabajo de nuevo y no se hablaba de política “Ese fue, como dicen, el Dios de nosotros”, concluye la mujer.


Aunque había encontrado de nuevo un terreno para sembrar maíz, habas y papa, y ganaba bien, un peso por día, Dioselina no se sentía en su lugar. La cruel vida de la Violencia la hizo cambiar. Siempre recuerda cuando pasaba encima de los muertos mientras huía de su casa incendiada; la muerte de dos de sus tíos, un primo; las innumerables muertes de las que otros hablaban. Recuerda el hambre que aguantó, los tallos de romaza y los cogollos de frailejón que debió comer. También el tiempo que andaba descalza, con la misma ropa y sin poder bañarse, todo por huir de la muerte.


Con un poco de melancolía, Dioselina trae al presente sus recuerdos: “vivir uno cochino con sus ropitas, remendar el chiro con fique donde se rompió”, suspira.


Después de establecerse en Cómbita, se fueron a vivir a Bogotá, ciudad en la que cumple aproximadamente 60 años. Trabajó de empelada doméstica, aprendió a cocinar de todo; luego montó su propia miscelánea, tuvo un satélite de costura, aprendió tejido y telar.


Actualmente hace algunos tejidos por encargo. Hila lana de oveja que le mandan de Sibaté. Participa en programas de agricultura urbana en la ciudad y cuida de una huerta, en la terraza de su hogar, que construyó hace 55 años. Hoy Dioselina comparte con sus hijos y sus nietos, su marido ya murió. Transmite una fuerte energía cuando cuenta cada una de sus historias.





Por: Felipe Morales.

Dibujo por: Vanessa Martínez.




logos Unidad de Investigación Periodística y Politecnico Grancolombiano
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