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“Huir para sobrevivir”


Por: Jefferson Ramírez









Patricia Velasco Villarreal relata cómo sus padres, Antonio y Mercedes, fueron víctimas del despojo en la época de la Violencia, y cómo el destino los condujo al amor en una de las épocas más complejas del país.


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Antonio Velasco, conocido por familiares y amigos como el bobo, nació en 1926 en El Espino, Boyacá. Fue fruto de una relación extramatrimonial de su madre, quien para evitarse problemas dejó al recién nacido en una finca para que lo criaran. Ella retornó al Cocuy.



El niño creció en medio de precarias condiciones económicas, y durante aproximadamente 20 años fue el mandadero en su hogar. Era blanco, de ojos verdes, cabello castaño y ondulado.


Un día, cansado de ser el encargado de realizar todos los mandados, decidió abandonar la finca y probar mejor suerte. Vivió en diferentes lugares mientras tenía trabajos pasajeros. Sin embargo, en 1945 logró establecerse en Icollantas, una empresa ubicada en Sibaté, municipio de Cundinamarca. La fábrica, además de proveerle un sustento económico, contaba con habitaciones en las que podían vivir sus trabajadores, opción que aprovechó.



Se vaticina una tragedia


1948. Cocuy, Boyacá. Esa mañana Segismundo Villarreal, amigo de la madre de Antonio, mandó a reunir a familiares y allegados para anunciarles una premonición que había tenido:


– Pasará algo trascendental en la historia del país. ¡Vengan!, vamos a rezar, pues soñé con langostas y el sol de los venados.


Las langostas, cuyo nombre científico es Acrididae, son pequeños insectos que se reproducen muy rápido y, en determinadas circunstancias, se convierten en devastadoras plagas. El sol de los venados es una expresión utilizada para referirse a los ocasos que tiñen el cielo de un color rojizo, parecido al fuego. Se conoce así porque después de las 4:00, justo cuando se pone la tarde, los venados que permanecían ocultos en el bosque salen a comer frutos y a pastar en las planicies.


Tres noches después de su predicción, Segismundo se acostó a dormir y jamás despertó. Según Patricia Velasco, descendiente de estas familias y quien brindó su testimonio para reconstruir esta historia, nunca se supo con exactitud de qué murió. Los integrantes de la familia Villarreal, Velasco, Tarazona y demás conocidos de él, posterior al vaticinio, empezaron a recolectar provisiones y a prepararse para lo peor.



El país en llamas


Dos meses después, el 9 de abril de 1948, a la una de la tarde, mientras Antonio Velasco mercaba en la Plaza España de Bogotá, en otro punto de la ciudad asesinaban a Gaitán, candidato presidencial del partido Liberal. El líder murió al recibir tres disparos: dos en la cabeza y uno en la espalda. El asesinato desencadenó uno de los hechos más sangrientos en la historia de Colombia: El Bogotazo.


“La confrontación política bipartidista se degradó a tal punto que las agrupaciones armadas cometieron masacres, actos violentos con sevicia, crímenes sexuales, despojo de bienes y otros hechos violentos con los cuales castigaban al adversario”, indica el Centro Nacional de Memoria Histórica en su informe Basta Ya.


La violencia que se desató en la capital aquel 9 de abril fue de tales proporciones que retornar a Sibaté fue imposible. Entonces, Antonio y un compañero de la empresa que lo acompañaba en la Plaza España se trasladaron a la casa de un conocido en el barrio San Bernardo, al sur de la ciudad. Les dieron hospedaje por tres días. No se pudieron contactar con nadie de la empresa para explicar su situación.


Al mismo tiempo, en El Cocuy se empezaban a ver las consecuencias del Bogotazo.Segismundo Villarreal, el clarividente que murió posterior a su predicción, tenía varios hermanos que sufrieron ese periodo sangriento de Colombia: Luisa Villarreal, Ignacia Villarreal, y José María Villareal fundador de los Chulavitas -grupo paramilitar conservador-.


Para escapar de la violencia, Luisa Villarreal, junto a su esposo Adrián Tarazona, y sus hijos, escaparon al Cerro del Mahoma, en Boyacá. De camino, los interceptaron simpatizantes del partido Conservador, y delante de Luisa y sus hijos asesinaron a Adrián.


Según Patricia Velasco Villarreal, ese suceso hizo que muchas familias en Boyacá, en búsqueda de mayor seguridad y con la premisa de huir para sobrevivir, enviaran a los hombres al Nevado del Cocuy.


La abuela de Patricia, Ignacia Villarreal, se vio obligada a abandonar todas sus propiedades, su ganado, sus pertenencias para escapar en compañía de su esposo al nevado.


Patricia recuerda que su padre, Antonio Velasco, toda la vida relataba que en el Cucuy, a las mujeres liberales que se encontraban embarazadas, las paraban desnudas en la plaza principal, les abrían las piernas y, con una horqueta como arma -parte del árbol donde se unen formando ángulo agudo el tronco y una rama medianamente gruesa- las penetraban hasta matar a sus bebés.


Víctimas de “La violencia”


Antonio y su compañero recordarían que cada vez que se asomaban por la ventana, en la casa en la que los albergaron, veían cadáveres tirados en las calles.



Esperaron a que se calmara la ola de violencia en Bogotá. Y aunque las condiciones de orden público eran difíciles, el 12 de abril alistaron el mercado en el carro, se escondieron dinero en las medias, en los calzoncillos, y se fueron rumbo a la fábrica en Sibaté.


La ciudad era territorio de guerra: liberales y conservadores estaban enfrascados en una lucha sin control. En Soacha, un grupo de personas los detuvo y les preguntó:


– ¿Liberales o conservadores?


Sudando frío y con la voz entrecortada Antonio, al ver que todos ellos tenían amarrada una pañoleta roja en su brazo, respondió:


– ¡Liberales!, claro está.


El joven Belasco y su compañero cayeron en la trampa. Los que los interceptaron utilizaban las pañoletas rojas únicamente para engañar, pues eran conservadores.Los dos empleados fueron bajados del vehículo. Una vez fuera de él, los empezaron a golpear y les hurtaron sus pertenencias. Al carro de la empresa le prendieron fuego.


Al percibir el alboroto de la golpiza y al ver el carro ardiendo, algunos liberales de la zona decidieron unirse a la batalla e ir a hacerle frente a los conservadores. Mientras azules y rojos peleaban en mitad de la vía, Antonio y su compañero lograron escapar. A pesar de estar bastante adoloridos, corrieron hasta llegar a la fábrica.


Pasados unos meses, los dueños de Icollantas decidieron cerrar la fábrica de Sibaté debido a las matanzas y a la inseguridad que se vivía por las disputas entre conservadores y liberales. Antonio perdió su trabajo y su vivienda. No tuvo más opción que salir de de Sibaté rumbo a Bogotá, en búsqueda de nuevas oportunidades laborales.


En la capital, para sobrevivir, trabajó como jardinero, domiciliario, entre otros. Un día conoció a la señora Anita, quien le arrendó una casa grande en el barrio San Bernardo.


Desplazados a la ciudad



Mercedes Villarreal -hija de Ignacia Villarreal- le contaba a su hija Patricia Velasco que en 1949, los hombres que estaban en El Nevado del Cocuy, cansados de ver cómo los conservadores mataban indiscriminadamente a los Liberales, y dado que la mayoría de ellos eran del partido rojo, decidieron que todos los hombres se desplazarían a Bogotá e intentarían comenzar de cero.


Ellos les prometieron a las mujeres del Nevado que una vez lograran estabilidad en la capital, harían hasta lo imposible por reencontrarse con ellas. Los hombres de las familias Velasco, Villarreal y Tarazona crearon un plan para escapar a Bogotá sin morir en el intento. En el camino había muchos conservadores, por lo que decidieron disfrazarse demonjas y, en compañía de madres superioras reales -hermanas religiosas-, se subieron a un camión y empezaron su travesía.


El barrio Las Ferias en Bogotá fue su destino. Allí Llegaron un domingo. Una vez dejaron a las verdaderas monjas en el convento, y dado que ellas no quisieron darles hospedaje, empezaron a caminar por Bogotá mientras se preguntaban unos a otros sobre qué harían ahora. Justo en ese momento, uno de ellos exclamó:


– ¿Ese no es el bobo Antonio?


Ellos distinguían a Antonio Belasco.


Antonio se alegró al verlos y les dio posada a todos en la casa de la señora Anita. La dueña de la vivienda no puso problema y los dejo a vivir allá.


En 1950, mientras leía el periódico, el esposo de Anita se enteró que Icollantas volvería a entrar en funcionamiento. De inmediato, le transmitió la información a Antonio para que fuera a la fábrica en búsqueda de empleo.


Gracias al buen trabajo que había realizado en su primer ciclo en la empresa, no solo lo contrataron a él, sino que también a sus familiares y conocidos de las familias Villarreal, Velasco y Tarazona. La situación económica de todos mejoró.


En el Cocuy las muertes no cesaban. Al poco tiempo, las mujeres que aún se encontraban allí, atemorizadas por tanta violencia, decidieron abandonar sus tierras y viajar a Bogotá, comenta Patricia.


Una de las mujeres que también llegó a vivir a la capital fue la hija de Ignacia Villarreal, Mercedes Villarreal. Tenía 14 años, era delgada y de piel morena.


Antonio y Mercedes se enamoraron. Y en 1957, un año antes de que finalizaran los confrontamientos entre liberales y conservadores, gracias al acuerdo Frente Nacional, contrajeron matrimonio.


Fruto de esa relación nacieron tres hijos: Marleny, Arturo y, quien brindó su testimonio para esta crónica, Patricia Velasco Villarreal.





Por: Jefferson Ramírez.

Dibujo por: Vanessa Martínez.






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